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Isla de Tabarca

Una sombra en el horizonte. Una alargada silueta. Desde las profundidades emerge una lengua de tierra firme. Un terruño ambicionado por todos. Por piratas. Por tramposos, valientes y heroínas. Por ambiciosos. Por nobles y reyes. Por humildes aldeanos. Pescadores. Viajeros. Navegantes de ribera. Por curiosos.


Desde su punta de Levante, con el peñón llamado Nave, hasta el extremo de Poniente, con el peñón de La Cantera, unos 1.800 metros de longitud de noroeste a sureste y unos cuatrocientos metros en su parte más ancha. A tan sólo 15 metros sobre el nivel del mar. 38 grados 10 minutos de latitud norte y 0 grados 28 minutos Oeste. La isla de Tabarca. En su parte central se estrecha. A un lado, la playa. A otro, el puerto, llamado el puerto viejo por los aldeanos. Viéndolo desde el mar, tiene a la derecha el pueblo fortificado. A la izquierda, el campo extramuros.


En el campo, tierras baldías. Espino mediterráneo, matorral y chumberas. La torre de San José. Un torreón de base cuadrada de altos muros, que algunos del lugar llaman el castillo. Espacio defensivo fuera de las murallas, que le servían de apoyo. El faro, ilumina la noche para avisar a navegantes de la presencia de la isla. Un pequeño cementerio, en el mismo lugar donde se enterraron a los primeros pobladores. Russo, Parodi, Luchoro, Manzanaro,… Donde se siguen enterrando a sus descendientes. El mar baña esta parte de la isla a través de diminutas calas de cantos rodados y pequeños acantilados, junto a los islotes de la Galera y la Nao. Y los escollos Negre, Roig, Cap del Moro. Sabata. Naveta, ...


Las murallas, mandadas construir por Carlos III en 1769 para defender a la población del ataque de los piratas berberiscos. Entramos al pueblo por la puerta de Levante ó de San Rafael. En esta puerta, la Virgen Inmaculada, en una hornacina de cristal entrando a mano derecha. Una placa reza el hermanamiento de la isla de San Pietro y la de Nueva Tabarca, a mano izquierda. Desde la puerta, una calle que sube y que baja. La de En medio que atraviesa el paso de una pequeña plaza y todo el pueblo. Casas unifamiliares. Por la izquierda, un edificio alto de noble fábrica, la casa del Gobernador (hoy hotel), por la derecha, la iglesia, una enorme mole de estilo barroco, con dos torres en su fachada y una única nave. Otra puerta de la muralla se abre a la bahía de Alicante, llamada así ó de San Miguel, al norte del recinto. Al oeste, la puerta Trancada ó de San Gabriel. Tuvo puente elevadizo, hoy de piedra. En su fachada exterior dos cruces de la flor de lis.


Y el pueblo, dentro de las murallas. Un caserío de casas bajas. No más de planta baja y piso. Algunas fachadas con colores mediterráneos. Amarillo albero del amanecer. Azul y blanco de la bandera de Alicante. Colores que se mezcla con otras banderas, como la griega. Colores que apellidan una identidad. Como las casas ibizencas. Como las de la isla de Mikonos, a la que bien podría parecerse. Blanco ó azul en sus fachadas. Blanco ó azul en el marco de sus puertas y ventanas. El cielo o el mar en sus marquesinas. Bien podría, sí señor.


Y sus gentes. Hospitalarias y sencillas. Estas que conocen la dureza de vivir en una isla. La dureza de vivir del mar y con el mar. No es sólo poesía. No es sólo cantos de sirenas. No solo el mar regala atardeces. Ni sólo es la que acaricia las playas y los pequeños acantilados de la isla. Personas conocedoras que al mar hay que guardarle respeto. Que el mar se traga vidas. Aunque el mar también da muchas buenas satisfacciones. El fruto de su huerto submarino. Sus olas, con su espuma bailarina. Algunos visitantes que trae la marea. El olor y el sabor a salado de la brisa marina en este pueblecito de pescadores.


Si estás cerca de su litoral, es visita obligada. La isla de Tabarca no te dejará indiferente.



Escrito por Pascual Rosser Limiñana



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